Héctor A. Gil Müller
Somos adictos a la “o” una droga que nos hace separar el mundo en solo dos caminos, la interponemos en duras sentencias y habita siempre en nuestro discurso. La “o” disyuntiva ha sido causa de grandes deterioros, ha causado que hoy se prefiera remplazar a reparar, porque la tolerancia ha disminuido cuando solo dos opciones se tienen, la paciencia no concilia con nuestra “o”, total, la preferimos sobre la “y”. Pensamos en el éxito “o” el trabajo. Cuando el primero es consecuencia del segundo, el éxito “o” el fracaso, cuando el segundo es ascendiente del primero. En lugar de ver la vida como risas “y” lágrimas, nos empeñamos en nuestra adicción buscando vidas con uno “o” lo otro. Los principios absolutos hoy parecen obsoletos y lejos de afirmar el compromiso con un principio lo suavizamos y engañamos en nuestra adicción a la “o”. Transar o no avanzar parecen solo dos caminos disponibles en un mundo bastante multicolor.
Para el ejercicio fiscal 2026, el gobierno de México ha anunciado nuevos
recortes en sus programas, pasará de 893 que actualmente existen en 2025 a 661.
Esta disminución ha sido progresiva. Desde el inicio del régimen morenista la
bandera de la austeridad y la reducción del gasto ha marcado la agenda fiscal.
232 programas desaparecen con un rastrillo que parece tocar todas las
secretarias y dependencias. Algunas de las reducciones son aplaudidas, para
nadie es oculto que existía un despilfarro, como es común advertir cuando se
administra lo que no es propio. La corrupción existe tanto que la clase
política es una clase económica. Bastaba un tiempo entre la elección y la
entrega para cambiar en muchos casos la situación económica por completo. La
política antiguamente era pagada solamente con el honor y mérito del deber
cumplido, pero ahora que la política también paga, comienzas las carreras en
cada gestión para acaparar todo lo que se pueda, un botín que tiene una fecha
límite de cobro. Que bueno sería que el político no viva de la política para
que nunca tenga que someter su propia prosperidad a la administración que hace.
Retomar ese mandato de honor de la antigua política, en la que las virtudes y
el deber bien cumplido eran el único pago. Pero la profesionalización también
trae dependencia y la política se vuelve un trabajo, un camino que busca
crecer.
La reducción en el gasto no debe infectarse de nuestra adicción a la “o” y
suponer que combatimos la corrupción solamente porque no se gasta, que
mantenemos una austeridad solamente porque se cierran programas. Hay pérdidas
que peligrosamente se disfrazan de ahorros. El tamiz para identificar un buen
ahorro sigue siendo el sentido común para filtrar bajo la política, las
políticas y los problemas que pretende atender. Afirmar que un menor gasto
vuelve al gobierno mas eficiente tampoco es cierto, al contrario, puede
ralentizarlo y disminuir su posición alejándolo de cualquier estrategia y
convirtiéndose en un reto o desafío. Lejos de incentivar el desarrollo parece
obstaculizar el movimiento cuando en vez de ahorrar se destruye. La inversión
también es una forma de combatir la ineficacia. La idea de austeridad
republicana no debería ser de evasión, intolerancia o abandono, debe evocarnos
un buen gasto. Ojalá hablemos pronto de eficiencia republicana.