Héctor A. Gil Müller
Cuando ocurrió un fenómeno similar, en 2023 el huracan Otis devastó la ciudad de Acapulco, en aquel entonces el expresidente López Obrador no quizo aparecer personalmente en la zona de desastre debido a la fuerte presión que pesaba sobre las autoridades y su reacción ante la desesperación por la desgracia.
México ha sufrido esa lenta
reacción y muchas de sus instituciones son consecuencia de la acción social
tras ese andar. Cuando ocurrió el terremoto en la capital del país en 1985 la
ciudadania tomó el liderazgo del rescate y dio paso a la protección civil en el
país, desde lo ciudadano y motivado por la percepción de rezago, lentitud y
desconocimiento en las autoridades, hombres y mujeres reaccionaron en medio de
la crisis. Cuarenta años después ocurre lo mismo, en Veracruz los reclamos no
se hacen esperar, revelan fallas en la alerta, reacción y conducción de las
acciones humanitarias por la parte gubernamental. La delgada linea de lo
municipal, estatal o federal palidece cuando se trata de una urgencia. La
presidenta Sheinbaum acudió a los lugares siniestrados y ha sido abordada por
hombres y mujeres en crisis. Reclamos por lo que no se hizo en tema de alerta y
por lo que se hace en tema de rescate vuelven palpable la diferencia entre un
plan existente y una operación realizable.
El pensamiento mágico parece
mezclarse entre la responsabilidad y la solución de un problema. Hemos
complicado tanto la voz de alerta, enfrentándola a diversos filtros, entre
ellos el económico, alargamos las alertas para evitar el pánico y parece que
queremos usarlas cuando ya no son alertas sino inicios.
A días del siniestro, lo que sabe
hacer el país lo está haciendo, levantando ayuda, enviando apoyos, organizando auxilios,
la ciudadania lo ha hecho siempre. Se suaviza la falta de prevención con una
humanitaria reacción. Toleramos el incumplimiento del deber por el amor del
hacer.

