La fuerza de una generación.

Por Jesús Madrid 

En México, las juventudes están hablando fuerte. Y aunque algunos no quieran escucharlas, cada día son más las voces jóvenes que se cansaron de tener miedo, de ver cómo la violencia crece y las oportunidades se reducen. Lo que vimos el 15 de noviembre —con miles de jóvenes llenando las calles para exigir seguridad, justicia y respeto— no fue una protesta aislada: fue una señal clara de que el país cambió, de que no están dispuestos a seguir siendo espectadores de decisiones que les afectan.

La reacción del gobierno federal, lamentablemente, mostró lo contrario: gas lacrimógeno, vallas, agresiones y un Zócalo blindado. En vez de diálogo, represión. En vez de escucha, descalificación. Un gobierno que teme la voz de los jóvenes es un gobierno que ha perdido conexión con la realidad.

Y lo más preocupante es lo que viene después del gas: la narrativa para desacreditar. Los jóvenes fueron acusados de ser manipulados, de ser bots, de ser parte de una conspiración imaginaria. Pero las calles contaban otra historia: había estudiantes, trabajadores, madres buscadoras, colectivos… gente real, indignada por problemas reales.

Por eso es indispensable insistir en algo: la participación de las juventudes no es una amenaza, es una oportunidad. Un país que escucha a sus jóvenes se fortalece; uno que los silencia, se debilita. Cada joven que marcha, que se organiza, que cuestiona, que levanta la voz, está haciendo un bien a México. Porque el futuro necesita de su claridad, de su energía y de esa rebeldía que nace del amor al país, no del odio.

Hoy México necesita más escucha, más diálogo y más espacios reales para que las juventudes construyan, propongan y decidan. Y desde la oposición responsable, ese es el compromiso: respaldarlos, proteger su derecho a expresarse y convertir sus exigencias en agenda pública. No para apropiarse de su movimiento, sino para garantizar que su voz no se pierda detrás de un muro metálico o de una conferencia mañanera.
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